Maldigo una y mil veces
a las manos que dan de
comer a mis peces,
a las calaveras que
perturban el sueño,
a las águilas que
tienen dueño,
a mi soledad de la
razón,
a las rimas de mierda
que retumban mi corazón,
a Marea, Sabina y
Extremoduro,
a los corazones que se
forman en cortinas de humo.
Maldigo la falta de
lápices y gomas,
a la edad que no
perdona,
a mis dedos que
escriben lo que dicto,
a mis cojones que
parecen un circo,
a mi conciencia
bipolar,
a mi corazón que sabe
recibir pero no dar,
al casco que llevo por
cabeza,
y a los ojos que te miran con vergüenza.
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